Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 16 de noviembre de 1881
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 48, 1035-1042
Tema: Contestación al Discurso de la Corona

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Veinte días hace, Sres. Diputados, que empezó esta discusión. En ella han hecho oír su elocuente voz los más ilustres oradores de esta Cámara; en ella han intervenido, por medio de sus más caracterizados representantes, casi todos los partidos políticos de nuestro país; y ¡cosa singular! Los más extremos, aquellos que por su pasado, por su presente y quizás por su porvenir están más separados de nosotros, han sido más benévolos y han dispensado más consideración al Gobierno en este debate que aquellos que por su porvenir, por su presente y por su pasado parece que deberían estar más cerca de nosotros. No digo esto como un cargo al partido conservador; lo digo únicamente como enunciación de un hecho que por de pronto expongo a la consideración del Congreso y al juicio del país.

Mis dignos compañeros los Sres. Ministros han contestado a unas y otras oposiciones, defendiendo cada cual los actos de sus respectivos departamentos; los ilustrados individuos de la Comisión han defendido los actos del Gobierno al defender su dictamen, y unos y otros lo han hecho tan cumplidamente, que en realidad no me han dejado nada que decir. Pero un doble deber de respeto al Congreso y de cortesía a los señores Diputados que han tenido por conveniente combatir la conducta del Gobierno, me obliga a molestar todavía vuestra atención, harto fatigada por este en demasía largo debate. Poco, sin embargo, he de abusar de vuestra benevolencia, porque me propongo ser tan sobrio como corresponde al Poder; que en mi opinión los Gobiernos deben ser, no Gobiernos de palabra, sino Gobiernos de acción: a las oposiciones corresponde hacer promesas; a los Gobiernos toca realizar las hechas, y por eso la mejor respuesta que pueden dar a las oposiciones son las obras del Gobierno.

Me propongo también no seguir en el apasionamiento y el encono el ejemplo que algunos oradores de la oposición, bien a disgusto mío, me han dejado trazado; porque no vengo a pelear ni con los partidos extremos ni con el partido conservador, Sr. Cánovas del Castillo, a pesar de lo que S. S. decía ayer tarde. No vengo a pelear, no vengo a devolver ataque contra ataque; a su bandera negra opongo yo bandera blanca: y no es porque el partido conservador no me haya dado grandes motivos de pelea, y con grande injusticia; no es tampoco porque al no pelar no hago yo un sacrificio; mi carácter batallador me lleva a la lucha, mi pasión es el combate, y mi modo de ser a nada responde tan bien como a la contrariedad y a la pelea. Pero yo entiendo que hoy no es día de lucha.

Prevenciones en unos, desconfianzas en otros, recelos en muchos, habían creado una atmósfera que enervaba a los partidos y esterilizaba para las instituciones las fuerzas vivas del país. Yo mismo he sentido desfallecimiento en mi conducta, y he pasado ratos [1035] amarguísimos cuando alguna vez cruzaba por mi mente la idea de si sería imposible en este país, como muchos decían, el establecimiento sincero del régimen representativo.

Pero cuando la Monarquía constitucional abre anchos horizontes; cuando todas las ideas pueden cobijarse en su seno y todos los partidos ven abierto el campo a sus esperanzas, he saludado con júbilo esta nueva era por tanto tiempo solicitada, hasta ahora nunca conseguida; y la he saludado con júbilo, no como individuo del partido liberal, sino como buen español que ante todo quiere y procura la felicidad de su Patria.

Hemos entrado, señores, en una nueva era; pero para que esta nueva era no se malogre, es preciso que todos los partidos, absolutamente todos los partidos, cambien de actitud, y en lugar de mirarse como enemigos encarnizados, en vez de tratar de destruirse mutuamente, como si la vida de uno dependiera exclusivamente de la muerte de los demás, deben tratarse como amigos y aliados, deben prestarse mutuo apoyo, si no ha de esterilizarse la noble iniciativa y los honrados propósitos de un Rey que ha levantado la Monarquía constitucional española a la altura a que están las Monarquías constitucionales más queridas, más respetadas, más ilustradas de Europa.

Ha llegado, pues, el día de que los partidos se revistan de aquella previsora abnegación que les advierte que el abandonar cada uno a su vez el poder no hagan cuenta que lo dejan al enemigo, sino al adversario, que no va a destruir sino a afianzar la obra que deja: el partido conservador asegurando y confirmando las reformas hechas por el partido liberal, y el partido liberal dando nueva vida al país, rejuveneciendo la obra del conservador; así los liberales y conservadores (entiéndase bien que al hablar de liberales y conservadores no me refiero sólo a los individuos que hace poco dejaron el poder, ni a los que hoy lo ocupan, sino que me refiero a todos los que tengan unas y otras tendencias, cualesquiera que sean, por otra parte, los ideales a que rindan culto); así, repito, liberales y conservadores, sin encono ni malas pasiones, cediendo a los movimientos de la opinión pública, regulada por el sistema representativo, pueden de igual modo cumplir los propósitos de la Corona y satisfacer las aspiraciones del pueblo, en la seguridad de que cada uno sirve al pueblo y al Rey, lo mismo cuando sube al Poder que cuando del poder desciende.

¿Es que yo digo esto, señores, porque el partido en que tengo la honra de militar se encuentra en el poder? ¡Ah, señores! Mal me conoce quien tal cosa piense. Aparte de un disentimiento con la Corona o de una contrariedad en los Cuerpos Colegisladores, dos clases de dificultades pueden imposibilitar la marcha de un partido en la gobernación del Estado: las primeras son externas a su constitución, son independientes de su voluntad y de su conducta; las segundas son internas, de familia, digámoslo así. Cuando ocurren las primeras, si el partido que está en el poder, por sus antecedentes, por sus compromisos, por su historia, no está en buenas condiciones, porque no tiene autoridad bastante para resolverlas conforme a los intereses del país, debe dejar el poder para que venga otro partido que en mejores condiciones las pueda resolver.

Cuando por vicios en su seno, cuando por indisciplina, cuando por rebeldía un partido se consume en el poder y se debilita, teniendo que atender a sus propios males, descuidando los males del país y perdiendo, por consiguiente, las condiciones del gobierno, debe ir inmediatamente a purgar sus faltas en la oposición y a aprender en ella que sólo con la abnegación, que sólo con una gran prudencia, que sólo con una esmerada disciplina puede un partido gobernar a una Nación. En uno y otro caso, aun teniendo la confianza de la Corona, aun contando con la de las Cortes, aun prescindiendo de todo esto, deben los partidos dejar el poder, no sólo sin disgusto, sino con satisfacción y en la seguridad de que así sirven mejor los intereses de su país y los suyos propios. No hay nada que perjudique más a un partido, que su insistencia, que su empeño en conservar el poder cuando ha perdido las condiciones necesarias para gobernar; porque así se debilita, se esteriliza, se desacredita, se inutiliza, y el país, al mismo tiempo mal gobernado y peor atendido, sufre consecuencias de difícil remedio. Por eso yo nunca he defendido, ni defenderé ahora que estoy en el poder, la existencia de Gobiernos largos. Buenos son los Gobiernos largos cuando son buenos; pero lo que yo he defendido siempre, como defiendo ahora, no son los Gobiernos largos, sino los Gobiernos oportunos.

Mi conciencia se sublevaría si en cualquiera de los casos citados yo retuviera el poder ni un solo momento; no le retendría ciertamente; me retiraría tranquilo devolviéndosele a S. M. el Rey para que lo confiara a otros hombres que pudieran hacer lo que nosotros no sabíamos, o no podíamos, o no queríamos realizar.

Pero para eso, repito, es necesario que los partidos se traten como amigos, y que el partido que abandona el poder no crea que lo deja a un enemigo que viene a ejercerlo en su contra y para su daño; porque entonces, para desgracia de este país, seguirá sucediendo lo que hasta aquí, es a saber: que aunque un partido se considere en mala situación para gobernar, se aferrará al poder porque no lo herede su adversario, aunque por ello peligre la paz, se hundan las instituciones y perezca la Patria.

Yo, Sres. Diputados, que no quiero, al menos en lo que de mí dependa, que esto suceda, empiezo por dar el ejemplo, y no he de atacar, ni aun con justicia, a mis adversarios, aunque ellos injustamente nos hayan atacado a nosotros. Voy a limitarme a recoger los diversos cargos que se han dirigido al Gobierno, con el exclusivo objeto de dejar las cosas en su verdadero lugar, y ni aun quisiera citar nombres propios, porque así como deseo que todos se atribuyan las palabras agradables que pueda pronunciar, así también quisiera que ninguno se considerase aludido por las desagradables que, a pesar mío, de mis labios pudieran salir.

Empezó este debate por un discurso elocuente sobre los desgraciados sucesos ocurridos en Roma con motivo de la traslación de las cenizas de Pío IX; y a pesar del sentimiento y del fuego con que fue pronunciado, no logró levantar aquel interés que en otros días levantaba este género de debates; lo cual debe atribuirse a que las cuestiones político-religiosas no conmueven ya los ánimos con la intensidad con que en otros tiempos los conmovían, y al adelanto y al vuelo que han tomado en estos tiempos las ideas de civilización y de tolerancia.

Pero sea de esto lo que quiera, yo sobre los sucesos de Roma sólo tengo que decir que el Gobierno español hizo cuanto pudo hacer; que hizo más que ningún otro Gobierno; que no hizo menos que lo que hubiera hecho el Gobierno conservador, y que no es justo con- [1036] batir a un Gobierno liberal porque en seis meses no haya podido conseguir lo que en seis años no pudo realizar un Gobierno conservador, y lo que no hubiera realizado nunca, por larga que hubiera sido su vida ministerial, porque ni del Gobierno español ni de ningún otro Gobierno depende la triste situación en que desgraciadamente se encuentra el Jefe Supremo de la Iglesia católica. Mientras haya un partido que tome como bandera al Papado para combatir la unidad y nacionalidad italianas, poniendo uno enfrente de otro los dos sentimientos que más excitan y conmueven las fibras más sensibles del corazón humano, el sentimiento religioso y el sentimiento de la Patria, y colocando enfrente también y en lucha constante y abierta el poder temporal de Italia y el poder espiritual del orbe católico, no hay que esperar, Sres. Diputados, ni paz, ni sosiego, ni ventura para el Papa. El Gobierno español, que no quiere ver al Sumo Pontífice en lucha, ni aun para ser vencedor, que la lucha no cuadra nunca bien al Vicario de Cristo, mucho menos le quiere ver en lucha para ser vencido, y por eso se limita a dolerse de su triste situación, tanto más cuanto que no tiene en su mano el remedio.

Con motivo de este asunto he de declarar que he visto con pena que el partido conservador va variando poco a poco su manera de ser, y que unas veces por lo que dicen en el Senado, otras por lo que hace en el Congreso, va encaminándose hacia la extrema derecha, dando calor a discursos, a doctrinas y a protestas que son verdaderamente contrarias al espíritu de tolerancia que había impreso a su política antes y después de la promulgación de la ley fundamental del Estado, gravitando así hacia exageraciones que pueden traerle en el porvenir dificultades insuperables. No ataco con esto al enemigo; señalo un peligro al adversario.

Siguió a este discurso sobre los sucesos de Roma otro no menos elocuente ni menos apasionado sobre las cuestiones de Ultramar. Las provincias de Ultramar, que ya no son colonias las de Cuba y Puerto-Rico, son y serán tratadas por los Poderes públicos como nuestras hermanas de la Península. Al efecto, el Gobierno ha empezado por cumplir algunos de los compromisos que con ellas tenían contraídos, y con el concurso de las Cortes completará el cumplimiento de todos los demás, llevando las mejoras necesarias a la Hacienda, ordenando y moralizando su administración, y planteando, en fin, todas aquellas reformas que han de ser complemento del cambio político y social allí realizado.

Los hijos, pues, de aquellas tierras, ciudadanos españoles son, no colonos; y al enviarles los hijos de ésta a través de los mares el abrazo fraternal, no les pedimos en cambio más sino que amen a España con el amor con que la amamos nosotros, y que no se olviden de que si la madre Patria, presa muchas veces de inmensas desgracias, no ha podido en alguna ocasión prestar toda la debida solicitud a aquellos lejanos intereses, culpa ha sido, no de los impulsos de su voluntad, sino de las dificultades de su alejamiento. Cuando estas dificultades han desaparecido; cuando el vapor y la electricidad, acortando distancias y estrechando relaciones, convierte en aliados los pueblos enemigos y en hermanos los pueblos amigos, es imposible que los hermanos de aquí y de allí, dando al olvido pasadas discordias y mancomunando intereses, no se unan para siempre en un mismo sentimiento, el sentimiento de la Patria.

La distancia y las circunstancias especiales de nuestras islas Filipinas no nos permiten hacer con ellas lo que hemos hecho y vamos a hacer con las de Puerto-Rico y Cuba; pero son de tal naturaleza las reformas allí ya iniciadas y las que el Gobierno tiene en estudio, y tan preferente la atención que piensa prestar y que merece aquella parte de la Monarquía española, que bien puede esperarse confiadamente, señores Diputados, en que sobre aquellos fértiles valles y en el seno de aquellos bosques vírgenes y sin rival se levantará con el tiempo y a la sombra de la bandera española uno de los Imperios más vastos y más ricos de la tierra.

De las negociaciones habidas entre la República francesa y el Gobierno español, sólo diré que es necesario ser muy descontentadizo para no darse por satisfecho con unas negociaciones en las cuales, sin obligarse el Gobierno español más que al cumplimiento de sus promesas, es decir, sin obligarse a nada, porque todo Gobierno que en algo se estime tiene el deber, sin que nadie le excite, de cumplir aquellos compromisos que en nombre de la Nación española se han adquirido; sin obligarse a nada, Sres. Diputados, lo mismo antes que después de los sucesos de Saida, los compromisos del Gobierno son perfectamente iguales, y no por cierto adquiridos por nosotros; sin obligarse a nada, el Gobierno español ha conseguido de la generosidad de la Nación francesa cuanto pudieran desear, y creo que más de lo que pudieran esperar los españoles víctimas de la crueldad de algunas tribus africanas, y se ha demostrado además no sólo la buena amistad que existe entre Francia y España, sino el vivísimo deseo en una y otra Nación de que esas estrechas relaciones no sean nunca interrumpidas ni quebrantadas. Todo lo que hay que hacer respecto de indemnizaciones, de antemano estaba dispuesto.

Si yo viniera a pelear, yo le diría al Sr. Cánovas de quién es la responsabilidad si resultaran, que no resultan, esos perjuicios que ayer con tan vivos colores nos pintaba; a quién corresponde la responsabilidad de que vayamos a pedir contribuciones y a sacar el dinero a aquellos que quizá nos han ayudado en la guerra civil a pagar deudas, a aquellos que abandonan nuestras fronteras. Al menos, no es nuestra esta responsabilidad. Nosotros no hemos adquirido compromisos nuevos. Si esos compromisos nos llevaran al extremo a que no nos llevan, porque no es más que una exageración retórica como necesidad del debate, no sería nuestra la responsabilidad, sería del partido conservador. (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Por qué?) Porque no hacemos más que cumplir vuestros compromisos. (El Sr. Cánovas del Castillo: No es exacto.) Exactísimo. No hay ni más ni menos.

Y todavía os exigiría otra responsabilidad, pero no quiero exigiros ninguna, y es, que todavía esto podría tener alguna explicación, porque al fin y al cabo, el bien parecer ante las Naciones extranjeras, el deseo de conservar su consideración y amistad, puede obligar muchas veces a hacer con los extranjeros lo que no se hacer con los españoles, porque los españoles están todos dispuestos a sufrir las consecuencias de sus propias faltas y de sus propios desaciertos. Pues bien; las indemnizaciones de los españoles deben someterse todas a una regla general, como las de los extranjeros, que a nada nos hemos comprometido más que a eso. Lo raro es que ha habido indemnizaciones para españoles afortunados y no las ha habido para los demás. Eso sí que es de grandísima responsabilidad; pero re- [1037] pito que no quiero pelear, y continúo. (El Sr. Cánovas del Castillo: Es mejor pelear que usar reticencias.)

El partido conservador ha metido gran ruido con la suspensión de algunos Ayuntamientos y de algunas Diputaciones provinciales; suspensión que después de haber figurado en todas las discusiones de actas, ha venido también a figurar en la discusión del mensaje, haciendo con ella lo que los tramoyistas en los teatros hacen con los comparsas: una docena de figurantes vestidos de soldados bastan, haciéndoles dar vueltas entre bastidores, para figurar en escena numerosos ejércitos; numerosos ejércitos que no fascinan más que a algún incauto, a algún inocentón de los espectadores; pero como los demás están en el secreto, saben bien que aquellos numerosos ejércitos no son ni más ni menos que una docena de comparsas.

Pues eso es lo que se ha hecho con la suspensión de los Ayuntamientos y de las Diputaciones provinciales; cerca de 10.000, próximamente a 10.000 asciende el número de Ayuntamientos que hay en España, y se ha confirmado la suspensión de 250; es decir que se han suspendido poco más del 2 por 100 de los Ayuntamientos de España; y siendo 250 el número de Ayuntamientos suspensos, y cerca de 500 el número de los distritos electorales, resulta, como término medio, la suspensión de medio Ayuntamiento por cada distrito electoral, la influencia irresistible, la palanca de Arquímedes de que se ha valido el Gobierno para ganar las elecciones; medio Ayuntamiento suspenso por cada distrito electoral. (Risas.)

Una cosa parecida ha sucedido con las Diputaciones provinciales. Pero ¿es que aun así es mucho el número de los Ayuntamientos suspensos? ¡Ah, Sres. Diputados! Yo tengo la seguridad de que cualquiera otro Gobierno hubiera decretado mayor número de suspensiones que las que ha decretado el Gobierno actual. Porque hay que decir la verdad, y la verdad es que muchas corporaciones populares estaban formadas, a pesar de las garantías que la ley electoral da a las oposiciones, con un exclusivismo político tal, que en vez de administradores de los pueblos eran comités intolerantes e intransigentes de partido, y no comités al servicio directo del Gobierno, que esto sería menos malo, no, sino al servicio directo de un elemento perturbador, disolvente y que humilla; de un elemento que si desgraciadamente ha venido ejerciendo mayor o menor influencia siempre en los destinos de nuestro país, de algún tiempo a esta parte ha tomado con descaro carta de naturaleza entre nuestras instituciones; este elemento perturbador, disolvente y deletéreo se llama caciquismo.

A nadie culpo de la influencia que ha tomado este elemento; a nadie culpo de su origen y de sus progresos; pero es la verdad que existe: el caciquismo, señores, que a cambio de la influencia política del pueblo, obtenida y conservada por un Ayuntamiento al efecto elegido por él, invade todas las esferas, atropella todas las conveniencias, penetra en las oficinas del Gobierno, salva las puertas de los tribunales de justicia, quiere someter a su influencia las resoluciones del Gobierno, intenta someter a su voluntad la justicia, y con una violencia ya irresistible lleva la perturbación moral a los ánimos y pretende llevar la iniquidad y la injusticia a todas las esferas de la administración del Estado y de la sociedad. (Muy bien.)

Era necesario, Sres. Diputados, era necesario hacer algo para empezar a extirpar esa calamidad, verdadera calamidad con la cual no se puede vivir; y hacer entender al mismo tiempo a algunos Ayuntamientos que ya se les había concluido la sombra del caciquismo y que ya no podían impunemente faltar a sus deberes; que para nada se necesita de su influencia política, y que al Gobierno le basta con que cumplan las leyes que les atañen, y administren bien y honradamente los intereses de los pueblos. Este ha sido, pues, el objeto principal de la suspensión de los 250 Ayuntamientos entre 10.000, y siempre dentro de la ley, y siempre de conformidad con el dictamen del más alto Cuerpo consultivo del Estado.

Ya ve, pues, el Congreso, ya ve, pues, el país a qué queda reducida esta tan declamada cuestión; ya ve también el país a qué quedan reducidas declamaciones con las cuales se ha intentado combatir la conducta electoral del Gobierno. ¡Qué se han cometido irregularidades en algunas elecciones! No lo niego: se han cometido las irregularidades que se cometen en todas partes, que quizá en estas últimas elecciones hayan sido mayores que en otras, porque suelen ser mayores estas irregularidades cuanto menor sea la intervención del Gobierno en la lucha: son propias del ardor de la pelea, son propias de la pasión demasiado extremada con que los adversarios en nuestro país se combaten, y se han cometido irregularidades que no suelen cometerse en otros países, porque son debidas a nuestras malas costumbres electorales; malas costumbres electorales en las cuales todos habremos tenido parte, unos más, otros menos; pero si el partido conservador, que tanto las ha exagerado, carga con la parte que le corresponde, pequeña ha de ser la que nos quede a los demás, aunque no sea más que por el mayor tiempo que ha estado en el poder y que la ha consentido, si no fomentado.

Pero ¿es que, Sres. Diputados, estas irregularidades cometidas en las últimas elecciones han de ser imputables sólo a nuestros amigos? ¿No han sido también cometidas por los vuestros? Seamos justos y vamos a imputárselas a los unos y a los otros, porque los unos y los otros han hecho lo que han podido, y en algunos casos lo que no han debido, para destruir a sus adversarios: no hay más sino que los vencedores, y la mayor parte están entre nosotros, se olvidan inmediatamente de las irregularidades con ellos cometidas, mientras que los vencidos, que son la mayor parte de los vuestros, creen que deben a esas irregularidades la derrota, y las exageran y las abultan. (Risas.)

Lo que importa es que unos y otros, todos, contribuyamos a mejorar nuestros procedimientos electorales, castigando los vicios que en ellos hayamos observado, modificando las leyes en el sentido y con la tendencia de hacer imposible su reproducción, suavizando las relaciones de los contendientes, para que al ir a la pelea no vaya cada cual con la intención feroz de destrozar a su enemigo, sino con el noble y legítimo deseo de vencer en digna lid a su adversario, y haciendo todo lo posible para que el cuerpo electoral infunda tal respeto, que ante sus manifestaciones todas las influencias cedan y todas las ambiciones callen.

Tanto ruido como la suspensión de Ayuntamientos y Diputaciones provinciales, se ha querido meter con la cuestión de la presentación de los presupuestos antes de 1º de Julio, cuestión que se ha llamado constitucional, cuando no es constitucional, ni siquiera es cuestión. [1038]

Está demostrado hasta la saciedad por el espíritu y la letra misma del artículo constitucional, por el tenor de todos los discursos que se pronunciaron en las Cortes a propósito de ese precepto constitucional, que para dejar expedita la primera de las prerrogativas Regias, las Cortes no quisieron admitir en manera alguna cortapisa respecto a la época en que habían de presentarse los presupuestos. Pero paso por alto eso; no voy a discutir ya con el Sr. Cánovas esa cuestión.

¿A quién habíamos de presentar los presupuestos? ¿A las Cortes nuevas? ¿A las antiguas? A las nuevas no podía ser si había de seguirse el precepto constitucional, porque no había tiempo material para reunirlas y constituirlas con la debida anticipación. ¿A las antiguas? ¿Para que habíamos de presentar los presupuestos a las Cortes antiguas? ¿Para discutirlos? Ya sabe el Congreso cuál era la situación de este Gobierno enfrente de aquellas Cortes. Además, ¿qué presupuestos podía presentar el Gobierno? No podía haber presentado más que vuestros propios presupuestos; ¿y qué precepto constitucional ni qué ley puede obligar a un partido a que presente como suyos sistemas y planes que cree ruinosos para el país? (Muy bien.) Si no había presupuestos ninguno, ¿qué habíamos de hacer? ¿La farsa de presentar los mismos presupuestos que están rigiendo, para en el mismo día, en el acto mismo disolver aquellas Cortes? ¡Ah! Esa era una farsa indigna de las Cortes y del Gobierno. (Aplausos.)

Los mismos que ahora dicen que deberíamos haber presentado los presupuestos a aquellas Cortes, se habrían reído, y con razón, de nosotros. Los presupuestos se presentan para discutirlos; pero si una vez presentados, por una crisis ministerial, por circunstancias extraordinarias, por causa de fuerza mayor, no fuera posible ni su discusión ni su aprobación, la Constitución provee a ese caso, como provee al caso de no presentación, puesto que tan imposible puede ser la presentación como la discusión de los presupuestos y como su aprobación.

Y si no dice eso la Constitución, resultaría que la prerrogativa Regia en el nombramiento de los Ministros, que es la primera de las prerrogativas Regias, que no puede tener limitación alguna, que ha de ser siempre libre, libérrima, sería una prerrogativa muerta durante dos o tres meses del año: desde fines de Febrero sería imposible ningún cambio político en este país, si eso dijera la Constitución, hasta pasado Junio, aunque el Gobierno a la sazón existente no pudiera continuar, aún cuando las necesidades del país exigieran imperiosamente su salida, aún cuando de continuar peligrase la libertad, la Monarquía, la Patria. ¿Se puede comprender esto, Sres. Diputados? ¿Se puede comprender que el Rey tenga una parte del año libres todas sus prerrogativas, y que no las tenga durante otra época del año? ¿Se puede comprender que las Regias prerrogativas sean prerrogativas y facultades intermitentes? ¿Se puede comprender que el Rey lo sea una parte del año y que no lo sea otra parte del año, porque a tanto equivale el despojarle de una de sus más importantes y más características prerrogativas?

Pero para qué veáis lo claro de mi aserto, no hay más que estrechar un poco más las distancias. Supongamos que el Gobierno, en vez de haber jurado el 8 de Febrero, que para el caso es lo mismo, hubiera jurado el 8 de Mayo. Es evidente que habiendo jurado el 8 de Mayo no le quedaba hasta 1º de Julio sino poco más de mes y medio; y como en mes y medio, no sólo no podía reunir las Cortes, sino que ni aún tiempo tenía para convocarlas, ¿cómo había de presentar los presupuestos, si no tenía las Cortes reunidas? Pues lo que no se puede hacer no se hace. ¿Se diría de ese Gobierno que había faltado a la Constitución? No: pues en el mismo caso está el Gobierno actual. Precisamente ese precepto constitucional es para estos casos de fuerza mayor, porque sin estos casos de fuerza mayor el precepto constitucional es perfectamente inútil: un Gobierno que viene rigiendo los destinos del país en una marcha ordinaria y normal, ¿qué necesidad tiene de ese precepto constitucional? Con reunir oportunamente las Cortes y presentar los presupuestos no necesita para nada de ese precepto constitucional, el precepto constitucional es precisamente para estos casos.

Pero de cuanto he oído en este debate, no hay nada que me haya producido mayor extrañeza que lo que se ha dicho sobre la crisis del 8 de Febrero, habiendo llevado la exageración en este punto hasta el extremo de haber sido calificada por algún orador de funesta.

¡Funesta la crisis de Febrero! Vamos a cuentas.

Las crisis ministeriales tienen dos partes esencialmente distintas y perfectamente separadas. Comprende la primera desde el momento en que surge la dificultad que produce la crisis hasta la cesación del Ministerio que trajo esa dificultad. La segunda parte empieza, claro está, donde termina la primera, y que es su consecuencia, y concluye con la constitución del Ministerio que reemplaza al Ministerio saliente. Pues la crisis del 8 de Febrero ofrece una singularidad, es a saber: que su segunda parte era tan natural, tan lógica, tan necesaria, que no sólo estaba prevista por todo el mundo, sino que estaba pedida y solicitada por aquellos que eran sus adversarios naturales, hasta el punto de que el partido conservador, por conducto de su más culminante autoridad, ha dicho aquí una y mil veces que su política fracasaría si al bajar el partido conservador del poder no subía a reemplazarle el partido constitucional.

De la primera parte de la crisis, claro es, responde el Ministerio saliente: de la segunda, es claro también, responde el Ministerio entrante. Pero si la crisis ha sido funesta, no ha podido serlo por la segunda parte, que la segunda parte era consecuencia indeclinable y necesaria de la primera: luego si la crisis de Febrero ha sido funesta, lo ha sido por su primera parte: todo lo funesto, pues, de la crisis se debe a vosotros, y vosotros sois los únicos responsables de la crisis de Febrero. Mas estad tranquilos, que no sólo no habéis incurrido en responsabilidad por el acto de la crisis, sino que, por el contrario, merecéis sinceros plácemes, porque lejos de haber sido funesta, ha sido grandemente beneficiosa: y aquí en confianza os puedo decir que es el acto más benéfico, más importante, más trascendental para las instituciones, para la libertad y para el país, de cuentos actos ha realizado el partido conservador durante su larga permanencia en el poder. ¿Por qué ha de haber sido funesta la crisis del 8 de Febrero? Pues ¿qué males ha causado? ¿qué intereses ha lastimado? ¿qué instituciones ha quebrantado? ¿No es mayor la libertad? ¿No está más asegurado el orden? ¿No está más elevado el crédito? ¿No están más respetados los Poderes públicos? ¡Ah! En vez de quejaros de la crisis del 8 de Febrero, debíais estar de ella muy satisfechos: yo creo que lo estáis, aunque aparentéis y digáis otra cosa (Risas), porque lejos de haber producido la crisis los funestos resultados que vosotros [1039] pronosticabais, ha producido los resultados contrarios y la libertad es mayor, y el orden público está más asegurado, y el crédito está más alto, y las instituciones son más queridas, más respetadas, y es más patente y manifiesta la consideración que a España guardan todas las demás Naciones. ¿Es que sentís haberos llevado chasco? Pues es un chasco del que por el contrario os debierais regocijar; porque figuraos por un momento que las cosas hubieran pasado de contrario modo: digo yo que entonces podíais sentir la equivocación; pero habiendo pasado como han pasado, ¿por qué? La verdad es que yo tengo para mí la seguridad de que si el partido conservador hubiera sabido de antemano el resultado que iba a tener la crisis del 8 de Febrero, se habría adelantado, en cuanto de su parte hubiese dependido, a dejarnos antes el poder. (Risas.)

Porque es lo cierto, Sres. Diputados, que nadie, a creer lo que decíais, y yo no tengo motivo para poner en duda vuestras palabras, nadie deseaba tanto como vosotros que el partido liberal os sustituyera en el poder, para comenzar así el turno pacífico de los partidos; no hay más sino que el partido conservador abrigaba dudas patrióticas; creía que el partido liberal no estaba bien preparado para gobernar; creía además que el advenimiento del partido liberal al poder había de producir tal exasperación en los partidos extremos, que no le habían de dejar dar un paso en el gobierno; y por todas estas razones y por otras muchas que ese partido tenía, y que no enumero por no molestar a los Sres. Diputados, creía que el poder en manos del partido liberal era un peligro para la libertad, para la Monarquía y para la Patria, y como tenía esta creencia patriótica, hacia todo lo posible por que el partido liberal no le reemplazara en el poder. Pero llegó la crisis el 8 de Febrero, y sucede todo lo contrario que el partido conservador creía; ¿por qué no decir también lo contrario, y por qué no alegrarse de que suceda lo que sucede? Pues si vosotros lo sentís, ¿no es posible que se crea que sentís que no se hayan realizado vuestros funestos pronósticos, y que nuestra subida al poder no haya puesto en peligro la libertad, el orden, la Monarquía y las instituciones todas de la Patria?

No; yo no creo eso de vosotros ni de nadie, porque ni a vosotros ni a nadie puedo negar el patriotismo; yo creo, por el contrario, que estáis contentos (Risas), porque no podéis menos de estarlo, porque no puede menos de estarlo todo hombre que sea verdaderamente liberal y verdaderamente monárquico, al ver que aquí no sólo no ha pasado nada, al contemplar que aquí se ha establecido el turno pacífico de los partidos sin inconveniente alguno, cosa indispensable para el afianzamiento de la libertad, para la consolidación de la Monarquía y la ventura de la Patria.

No os dejéis llevar, no, de la pasión de partido, y declarad que bien hecho está lo hecho. No por eso se han de desalentar vuestras huestes, a las cuales por otra parte hay que ir acostumbrando, como a las nuestras ahora, a que se puede y se debe dejar el poder de buen grado cuando así lo exija la marcha regular de las instituciones y de los intereses del país.

Si, pues, estáis contentos, y debéis estarlo en el resultado de la crisis del 8 de Febrero; si como buenos patriotas y buenos españoles os importan menos unos cuantos meses más de poder que el afianzamiento de las instituciones, ¿por qué no lo decís y por qué no lo declaráis? ¿Por qué habéis de aparecer interesados, egoístas, anti-patriotas, cuando en realidad sois generosos y buenos patriotas? Si sois buenos, parecedlo, y en lugar de decir que la crisis de Febrero ha sido funesta, decid lo que todo el mundo dice, decid lo que por todas partes se oye en España y fuera de España: que la crisis de Febrero ha colocado al pueblo español en la situación en que se encuentran los pueblos más liberales y mejor gobernados de Europa.

A propósito de ciertos discursos pronunciados en este y en otros debates, y de algunas alusiones dirigidas a elevadas instituciones, como suelen hacerlas los republicanos de todas partes, y como los mismos republicanos que las han hecho en estas Cortes anteriores, el partido conservador, que al parecer está más nervioso ahora que cuando estaba en el poder, siente ternezas y dolores que antes no sentía, y manifiesta gran alarma ante el desamparo en que el Gobierno ha dejado a la Monarquía, sin considerar que todo el mundo ha de ver en esto, más que convicción, estrategia y conveniencia de adoptar un papel con el cual se cree que se va a quebrantar el Gobierno, a no ser que el partido conservador proceda ahora de otro modo como desagravio necesario por los famosos sueltos y artículos que sobre la Regia prerrogativa publicaron algunos de sus más importantes periódicos.

En uno y en otro caso es pobre recurso, de cuya sinceridad todo el mundo duda, y en cuya justicia nadie cree, porque nadie que no tenga la inteligencia al revés puede dudar de la firme adhesión y de la acrisolada lealtad de este Gobierno a la Monarquía y a la dinastía. Lo que aquí hay es lo que he dicho antes, que el partido conservador se ha equivocado respecto de la política del partido liberal; creía, y si no creía decía, que a su advenimiento (dado caso que su advenimiento llegara), no se iba a poder vivir en España; y en efecto, se vive mejor, con más orden y con más firme confianza. Creía también (y si no lo creía, lo decía) que ni el advenimiento al poder del partido liberal, ni su política, habían de ejercer atracción ninguna ni influencia de ningún género sobre los grupos de la izquierda; y los hechos están enseñando precisamente lo contrario, y eso tiene mal humorado al partido conservador; pero debe convencerse el partido conservador de que cuando las cosas son falsas, no las puede sostener el mejor ingenio, y todo el mundo sabe que por sentimiento, por convicción, y hasta por conveniencia, todos y cada uno de los Ministros han de estar necesariamente ligados a la Monarquía, y todo el mundo sabe cómo están y las fuerzas que tienen hoy los republicanos, y todo el mundo sabe que la democracia está hoy más debilitada que en los días del partido conservador, al mismo tiempo que la Monarquía tiene más fuerzas, más adeptos y más prestigio.

¿Qué quiere, pues, el partido conservador? ¿Qué el partido liberal se asuste de ciertas indicaciones, y aun de ciertas amenazas que puedan hacerse fuera de aquí, a pesar de la afirmación que ayer hizo el Sr. Cánovas del Castillo? Aquí nadie, absolutamente nadie ha atacado a la Monarquía. Pero ¿qué quiere el Sr. Cánovas del Castillo? ¿Que el partido liberal se asuste de ciertas indicaciones y aun de ciertas amenazas que puedan hacerse fuera? Pues el partido liberal no se asusta por tan poca cosa. ¿Por qué ha de asustarse de algunas chinas que en su despecho puedan arrojarle algunos de los que entre sí sólo pueden tratarse a pedradas? La Monarquía está tan segura, que no ha de asustarse ni de esas insinuaciones ni de otras amenazas [1040] que fuera de aquí puedan hacerse; porque si pueden tener algún eco cuando están justificadas, cuando no lo están no hacen daño más que a quien tiene el mal gusto de emplearlas.

Por lo demás, señores, casada la Monarquía con la libertad, ¿qué efecto han de causar sobre su marcha reposada y tranquila ciertas amenazas? El mismo efecto que sobre la marcha majestuosa de la luna puede causar el ladrido de los perros; el mismo efecto que pueden causar esas amenazas sobre las Monarquías de Bélgica o de Inglaterra. Es verdad que allí no hay quien se atreva a hacer esas amenazas, porque se le tendría por loco: aquí no hemos llegado aún a ese caso; pero todo se andará, y dentro de poco quizás pasará también aquí por loco el que lo pasaría en Bélgica y en Inglaterra, porque la Monarquía española nada tiene que envidiar ni a la Monarquía belga ni a la inglesa.

Consumidos los turnos de este debate, es decir, terminada la parte verdaderamente reglamentaria, vinieron las alusiones personales en tal número y de tal importancia, que bien puede aquí recordarse aquello de que la posdata es más larga que la carta. En ellas hizo sus declaraciones mi distinguido amigo el señor Moret, declaraciones que fueron recibidas con el ruidoso aplauso y el grande entusiasmo que todos recordareis. Hizo después el Sr. Martos las suyas, que fueron oídas con respeto y consideración, porque consideración y respeto merece siempre por lo menos S. S., pero sin aplausos ni entusiasmo.

Sin embargo, ambas declaraciones son casi lo mismo en cuanto a los principios políticos, a parte de la actitud, y unas y otras fueron hechas con tan igual y tan encantadora elocuencia, que el deseo para elegir entre las dos la mejor se quedaría perplejo como niño entre objetos que de igual manera le fascinan y le seducen. ¿Por qué, pues, tantos aplausos a las declaraciones del Sr. Moret y tan respetuoso silencio a las del señor Martos? ¡Ah! El Sr. Moret al hacerlas se venía a nuestro lado a prestarnos con sus amigos su valioso apoyo para la realización de la noble empresa en que estamos empeñados; nosotros con los brazos abiertos, la alegría en el corazón y la gratitud en el alma le dábamos la más cariñosa bienvenida; y al Sr. Martos, que al hacerlas se alejaba de nosotros, de nuestro lado, quizás para no venir jamás, a pesar de que esa palabra en el diccionario político hace mucho tiempo que la tengo ya borrada, para no venir jamás, no podíamos ni darle la despedida ni aun podíamos decirle ¡buen viaje! A quien lo emprendía a pesar nuestro, contra nosotros, por las esterilidades de un platonismo republicano, ya que no, como él mismo ha declarado con gran satisfacción de todos, por las fragosidades de la violencias revolucionarias, que afortunadamente para nuestro país inspiran ya horror, como lo inspiran en toda sociedad bien organizada, que no necesita apelar, para alcanzar su prosperidad y su bienestar a tan bárbaro medio, siempre temible para todos, y aun para el que lo emplea de éxito dudoso; por esto las benevolencias que tanto extrañaban al Sr. Cánovas del Castillo y sus amigos, a pesar de que estando en el poder las solicitaban y no tuvieron la fortuna de alcanzarlas, porque esas benevolencias le sirven para todo al partido conservador; cuando estábamos fuera del Poder nos decía; "No podéis ir al gobierno, porque los partidos extremos no han de tener benevolencia con vosotros y han de oponer dificultades a vuestra marcha;" y ahora que estamos en el poder, nos dice: "No podéis estar en el poder, porque las benevolencias que tienen los partidos extremos con vosotros son un peligro. " (Aplausos.) Por esto, Sres. Diputados, las benevolencias que tanto extraña y tanto teme el Sr. Cánovas del Castillo, ni son ya de extrañar ni son de temer. Y esas benevolencias no son exclusivamente debidas a la conducta del Gobierno, aunque él hace todo lo que puede para merecerlas. No son tampoco únicamente debidas a la prudencia y al patriotismo de los partidos, aunque todos tienen una prudencia y un patriotismo que les honra y los enaltece; son debidas principalmente al cambio favorable que se va operando en nuestras costumbres públicas, al descrédito universal en que ha caído todo procedimiento que sea violento y todo medio que no esté ajustado a las leyes; son debidas a la atmósfera en que vivimos de poco tiempo a esta parte; atmósfera de confianza, atmósfera de libertad, pero atmósfera de orden, como garantía indispensable para el trabajo, para la producción, para la riqueza, para el bienestar, para la propiedad, para los ideales que los pueblos modernos persiguen hoy con más afán y mayor ahínco. (Aplausos.) Y esto se debe, no a la conducta del Gobierno, aunque hace lo que puede para merecer esas benevolencias; que si sólo a la conducta del Gobierno fueran debidas, ¿cómo nos había de decir el patriotismo honrado y sincero del Sr. Castelar, con gran convicción y con una elocuencia como la suya, inimitable y divina, que había acabado ya para siempre el sistema de los pronunciamientos y de las revoluciones?

Pues bien; porque este es el movimiento general del que únicamente nuestro pueblo estaba separado en cuanto a su política, en cuanto a su organización y a su manera de ser, era verdaderamente una excepción en los pueblos de Europa, porque estaba apartado de este movimiento general; por eso, se le habla a un inglés o a un belga de revueltas políticas para variar su manera de ser, creen que eso es una insensatez. ¿Será, por ventura, porque todos los belgas y todos los ingleses piensen lo mismo de las formas de gobierno? Seguramente que no; pero son ante todo belgas o ingleses, se encuentran bien como están, y no quieren probar fortuna y siguen con la que tienen. Además el Gobierno español está convencido de que todas las libertades que caben dentro de la Monarquía belga o inglesa caben también, y caben mejor, dentro de la Monarquía española; el Gobierno, que está dispuesto a desenvolver todas las libertades de que gozan aquellos pueblos que tantas veces se nos presentan como ejemplo dentro de la Monarquía, está al mismo tiempo resuelto a no tolerar nada fuera de la Monarquía; y por eso recibe con efusión y entusiasmo a todo el que de buena fe viene a la Monarquía, cualesquiera que sean sus aspiraciones doctrinales, y ve con dolor alejarse de la Monarquía al que vaya o a gastarse y consumirse en una soledad ruinosa, o a estrellarse contra la inflexibilidad con la que la ley ha de juzgar a todo el que, creyendo ciego servir a la libertad por medios violentos, no hace más que oír esclavo el grito de sus pasiones.

Y voy a concluir señores, porque no quiero contribuir a prolongar más este debate. Quisiera que se votara hoy mismo, para que entrando pronto en la discusión de las leyes de Hacienda, que el país necesita con tanta urgencia, que todo sacrificio que se haga para esto será poco, por eso voy a concluir.

Dice el discurso de la Corona: amaestrado por los sucesos, siente el país tal ansia de orden y de reposo, [1041] experimenta tan vivo deseo de conservar la libertad que a costa de incalculables sacrificios conquistara, y le urge de tal manera desarrollar sus elementos de vida, de producción y de riqueza, que nada es más fácil de conseguir que la alianza definitiva entre los dos elementos en que parece dividida la sociedad española, satisfaciendo al uno con el símbolo tradicional de la Monarquía, y tranquilizando al otro con el respeto, obra por el influjo de las ideas liberales levantada. He aquí la patriótica empresa que con el concurso de las Cortes se propone realizar el Gobierno, dotando al país de leyes e instituciones que, sólidas al par que flexibles, permitan el desenvolvimiento de todas las ideas y de todos los intereses en medio de la confianza general y en el seno de la paz pública, y haciendo ver tan claro como la luz del día que en la Monarquía española de D. Alfonso XII no existe obstáculo alguno que se oponga a que la Nación española pueda vivir dentro de las instituciones más liberales de que goza el pueblo más afortunado del mundo.

Una vez conseguido esto, una vez realizada la alianza recíproca que debe existir entre la Monarquía y el pueblo, es necesario que la política entre en horizontes más tranquilos, que nuestros debates revistan un carácter más práctico, que se entre de lleno en el estudio de las cuestiones económicas. El país, que tiene fijos sus ojos en los Ministerios de Hacienda y de Fomento, exige preferente atención de sus apoderados hacia todas aquellas medidas, hacia todas aquellas leyes que más inmediatamente se relacionen con el desarrollo de los intereses morales y materiales.

Este movimiento, que es general en todas partes, se siente y se observa con tal intensidad en España, que si contrariarle sería temeridad, no secundarle fuera locura. Pues bien; saber apreciar debidamente este movimiento y secundarle con medidas prácticas y convenientes, es la obra que está encomendada a estas Cortes, llamadas a dejar gloriosas páginas en la historia patria si cuidan preferentemente de los asuntos económicos y si secundan el noble afán que el país siente por trabajar, por producir, por elevarse en todas las esferas, y por mejorar, en fin, su estado moral y material. La tarea no es fácil, ni tampoco pueden obtenerse de repente resultados completos; pero con buen deseo y patriotismo, y patriotismo y buen deseo no os faltan a vosotros, Sres. Diputados, se pueden hacer milagros. La cuestión está en el primer impulso, y una vez la obra acometida, el tiempo se encargará de rematarla, haciendo justicia a los buenos patricios que la idearon y la emprendieron. He dicho. (Grandes aplausos.)

(Varios Sres. Diputados de la mayoría: ¡A votar, a votar! -El Sr. Cánovas del Castillo, después de pedir la palabra, se levanta como preparándose a hacer uso de ella. -Varios Sres. Diputados de la mayoría: ¡A votar, a votar! -Protestas en la minoría. -Muchos Sres. Diputados de la mayoría: ¡Qué hable, qué hable! -Momentos de confusión. -El Sr. Cánovas del Castillo rasga los papeles de los apuntes que tenía hechos, pronunciando algunas palabras que el ruido no deja oír.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

Varios Sres. Diputados de la minoría: ¡A votar, a votar!

El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden en la minoría; respeto al Parlamento!

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, yo os suplico?

Varios Sres. Diputados de la minoría: ¡A votar, a votar! (Sigue la confusión y las interrupciones en los bancos del Congreso durante algunos minutos.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, señores, orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): En el calor del primer momento, y con el deseo de que termine esta discusión, en la cual llevamos invertidos veinte días, nada tiene de particular que se diga a votar; ¿pero es que desde el momento en que el Sr. Cánovas del Castillo ha manifestado deseos de hablar, se ha puesto resistencia para que hable?

Si no habla, será porque no quiera; la mayoría está silenciosa y recogida, esperando la palabra del señor Cánovas del Castillo, y yo suplico a S. S. que la deje oír.

Voces en la Minoría: ¡A votar, a votar! "

Restablecido el silencio, se leyó por segunda vez el proyecto de contestación al discurso de la Corona, y hecha la pregunta de si se aprobaba definitivamente, se pidió por competente número de Sres. Diputados que la votación fuera nominal. Verificada ésta, fue aprobado el proyecto por 280 votos contra 33, en la forma siguiente. [1042]



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